Estic llegint amb -prou- devoció aquest llibre de Paul Auster. Un individu que en la seva escriptura sempre he cregut molt elegant.
Em va agradar molt a 'Brooklin Follies' (us el recomano de tot cor aquest llibre). Auster no és alegre, però és un dels escriptors contemporanis que escriu millor, al meu parer.
Tot sigui dit, el meu nivell d'anglès nomès em permet llegir traduccions.
El que volia fer però, és transcriure-us un tros d'aquest 'Libro de las ilusiones'. Potser no és un moment brillant, però m'ha fet pensar... És una transcripció -el que està en cursiva- del diari personal d'un dels seus protagonistes, Hector Mann. Aquí ho teniu:
Em va agradar molt a 'Brooklin Follies' (us el recomano de tot cor aquest llibre). Auster no és alegre, però és un dels escriptors contemporanis que escriu millor, al meu parer.
Tot sigui dit, el meu nivell d'anglès nomès em permet llegir traduccions.
El que volia fer però, és transcriure-us un tros d'aquest 'Libro de las ilusiones'. Potser no és un moment brillant, però m'ha fet pensar... És una transcripció -el que està en cursiva- del diari personal d'un dels seus protagonistes, Hector Mann. Aquí ho teniu:
"31/3/32. Esta noche, paseo con el perro de F. Un inquieto bicho negro llamado Arp, en honor al artista, Un dada. La calle estaba desierta. Niebla por todas partes, casi imposible dónde estaba. También llovía, aunque las gotas eran tan finas que parecían vapor. Sensación de no pisar el suelo, de caminar entre nubes. Nos acercamos a una farola y de pronto todo empieza a temblar, a espejear en la oscuridad. Un mundo de puntos, cien millones de puntos de luz refractada. Muy extraño, muy bonito: estatuas de niebla iluminada. Arp tiraba de la correa, olfateando. Seguimos andando, llegamos al final de la manzana, dimos la vuelta a la esquina. Otra farola, y entonces, tras pararme un momento mientras Arp alzaba la pata, algo me llamó la atención. Un destello en la acera, un estallido de luz parpadeando en la oscuridad. Tenía un tono azulado, un azul intenso, el azul de los ojos de F. Me agaché para verlo mejor y vi que era una piedra, quizá una joya de alguna especie. Un ópalo, pensé, o un zafiro, o a lo mejor sólo una esquirla de cristal de roca. Bastante pequeño para un anillo, o si no, un colgante que se hubiera caído de un collar o un brazalete, o un pendiente perdido. Lo primero que pensé fue dárselo a la sobrina de F., Dorothea, la hija de Fred. La pequeña Dotty, de cuatro años. Viene con frecuencia de visita. Adora a su abuela, le encanta jugar con Arp, quiere mucho a F. Un diablillo encantador, loca por las chucherías y los adornos, siempre disfrazándose con los atuendos más extravagantes. De modo que me dispuse a coger la piedra, pero en el momento en que mis dedos iban a entrar en contacto con ella, descubrí que no era lo que yo pensaba. Era blanda, y se rompió al tocarla, desintegrándose en un húmedo y pegajoso fluido. Lo que yo había tomado por una piedra preciosa era un escupitajo humano. Alguien que pasaba por allí había escupido en la acera y la saliva había terminado concentrándose en una bola llena de burbujas, en una esfera lisa de múltiples facetas. Con la luz brillando a su través, y con los reflejos luminosos dándole aquel lustroso matiz azulado, había tenido el aspecto de un objeto duro y sólido. En cuanto me di cuenta del error, retiré bruscamente la mano, como si me hubiera quemado. Me dio asco, sentí una repugnancia incontenible. Tenía los dedos cubiertos de saliva. Quizá no sea tan horrible si se trata de la propia, pero es nauseabundo cuando viene de la garganta de un extraño. Saqué el pañuelo y me limpié los dedos lo mejor que pude. Cuando terminé nome atreví a volver a guardarme el pañuelo en el bolsillo. Llevándolo con el brazo extendido, fui hasta el final de la calle y lo solté en el primer cubo de basura que vi.
Tres meses después de escritas esas palabras, Hector y Frieda se casaban en el salón de la casa de la señora Spelling. Se fueron de luna de miel a Nuevo México, compraron unas tierras y decidieron instalarse allí. Ahora comprendí por qué habían dado al rancho el nombre de Piedra Azul. Hector ya había visto esa piedra, y sabía que no existía, que la vida que iban a crear para ellos se basaba en una ilusión"
Tres meses después de escritas esas palabras, Hector y Frieda se casaban en el salón de la casa de la señora Spelling. Se fueron de luna de miel a Nuevo México, compraron unas tierras y decidieron instalarse allí. Ahora comprendí por qué habían dado al rancho el nombre de Piedra Azul. Hector ya había visto esa piedra, y sabía que no existía, que la vida que iban a crear para ellos se basaba en una ilusión"
Paul Auster - El libro de las ilusiones
Editorial Anagrama
Editorial Anagrama
Per fans d'Auster, passeu-vos per aquí
... jo us el recomano, francament.
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Escoltant: Sunny Day Real Estate - Song About An Angel
via FoxyTunes
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